Aqui quiero hablar hoy  de las relaciones amorosas y de ser fuerte y salir adelante superando las pruebas de la vida que te pone para superar las rupturas sentimentales .lo que he aprendido en 35 años es que en en el amor no se manda y el amor mas bonito se puede convertir en un verdadero infierno en el que puedes pedir ayuda pero solo tu misma puedes formar tu propio cielo y seguir conservandolo sin que dejes que nadie te baje de el.

Para algunas personas estar triste es tan desagradable que no se lo permiten. Incluso con el discurso de “el/ella no lo merece” podemos impedir que fluyan de manera natural nuestros sentimientos, y esto es totalmente necesario.  En una ruptura se produce una pérdida, no solo de la pareja si no también de un estilo de vida. Es importante que te permitas sentir y asumir esta pérdida. Esforzarte en estar bien no te permite procesar lo que estás viviendo y además implica un desgaste emocional al forzarte a no sentir; incluso puede que tomes decisiones de las que no te sientas muy orgulloso a posteriori.                               

No dejes que la tristeza ocupe demasiado.

Antes te he dicho que te permitas estar triste, pero esto no es que la tristeza se apodere de ti y te arrastre a un hoyo de desolación. Tienes que manterte activo. La tristeza a veces es un poco “tramposa”, te invita a quedarte en casa, sin arreglarte, sin comer o comiendo inadecuadamente, incluso cambiando tus hábitos de sueño e higiene. Seguir esta senda nunca hará que salgas de la tristeza, si no que caigas en una peligrosa espiral de autodestrucción.                                                                                                                                                      

 No le idolatres.

No es el momento de endiosarle o recordar exclusivamente los mejores momentos con él/ella. Se trata de ser justo y comprender que siendo yo o siendo la otra persona quien finalice la relación, esta estaba fallando, algo no iba bien, o puede que se tratase de una relación tóxica. Esto es más justo que machacarte o machacar a tu pareja, tampoco pensar que tú eres el bueno o lo es el otro. No le odies.
Pensar que es la peor persona del mundo o desearle mal, no hará que te encuentres mejor. El odio solo genera malestar al que lo sufre. Intenta pensar más en tu bienestar que en su malestar.                                                                                                                                                  

  

 ¡No dramatices!

No es el momento de pensar en todo aquello con lo que no estamos conformes, o al menos también darnos cuenta de todo lo que nos va bien en la vida. Cualquier excusa puede ser buena para hacer un drama..pero también para verlo como una oportunidad de crecimiento.                                                                                                                                                         Aunque a veces no tengamos claro cómo superar una ruptura, y como en cualquier situación conflictiva, ten paciencia y se tolerante contigo mismo. No te pongas una fecha límite para encontrarte bien y no desesperes si pasado cierto tiempo siguen existiendo momentos de recuerdo y melancolía. Es lógico que esto suceda, ya que has compartido un tiempo y vivencias muy privadas con esta persona pero llegará el día en que el recuerdo no escueza tanto. Si tienes experiencias previas en rupturas sentimentales o pérdidas de alguien o algo de valor, sabrás que esto es así, tenlo presente.
Si a pesar de poner en marcha estas pautas, y si habiendo trascurrido cierto tiempo no consigues remontar, no dudes en contactar con un psicólogo que te ayude a reinterpretar esta vivencia de una forma constructiva que te permita salir adelante y superar este dolor.                                                                                                                                                              ami lo que me esta ayudando a salir adelante es las personas que me quieren y me ayudan y decir la verdad con la verdad se va a todas partes como he escuchado desde pequeñita y ami la verdad que me ayuda aparte de las cosas que leo  que me hablan consejos son cosas de dios no tengo ninguna religion yo creo en dios y en su palabra pero la palabra verdadera la que te hace profundizar en su sentido porque lo que he aprendido de la palabra de dios es que no es totalmente literal por ejemplo este trozo de su palabra me hizo ver un poco su sentido mas profundo que es LA VERDAD TE HAZE LIBRE.                                                    Creo que si os animáis a leer en alguna ocasión el capítulo octavo del Evangelio de San Juan podéis pasar un rato verda­deramente delicioso, al menos desde el punto de vista intelectual. No me refiero, claro está, a una simple lectura descuida­da y rápida, sino a una lectura pausada, atenta, hecha sin prisa y con sobra de tiempo para detenerse a reflexionar siem­pre que la ocasión lo requiera, es decir, a menudo. Y, por supuesto, una lectura hecha sin prejuicios, con la mente abier­ta y en disposición receptiva.
Es en ese capítulo donde se lee una afirmación de Jesús, hecha al parecer de pasada, pero que no obstante levantó en vilo a los fariseos, que en ocasiones se mostraban muy susceptibles. He aquí lo que se lee: «Decía, pues, Jesús a los ju­díos que habían creído en El: Si vosotros perseverareis en mi doctrina seréis ver­daderamente discípulos míos, y conoce­réis la verdad, y la verdad os hará libres» (Ioh 8, 31 y 32).
Esta última afirmación fue la que pro­vocó una airada reacción de parte de los oyentes, entablándose una discusión en­tre Jesús y los fariseos. El sentido pro­fundo de esta afirmación del Señor -«la verdad os hará libres»- lo explicó El mismo a lo largo de la discusión, y en términos generales, tal como se despren­de del contexto, se puede entender así: Dios creó al hombre libre; el hombre, inducido a error (pensó que podría ser igual a Dios) por el demonio, «mentiroso y padre de la mentira», cometió pecado, y en el mismo momento perdió su liber­tad, «porque el que comete pecado es es­clavo del pecado». Pero el esclavo no pue­de manumitirse a sí mismo: tiene que ser liberado por alguien con poder suficiente para hacerlo. Ese alguien es el Hijo -que es el camino, la verdad y la vida-: sólo El puede redimir al hombre de su pecado y volverle por la gracia al estado de li­bertad, rotas las ataduras con que el pecado le aprisionaba: «Si él Hijo os diese libertad, seréis realmente libres». Parece que hoy, efectivamente, este te­ma de la libertad está a flor de piel, si hemos de juzgar por el consumo que se hace de la palabra. Y las palabras del Se­ñor son muy sugerentes a este respecto. «La verdad os hará libres». ¿Y la men­tira? ¿Puede la mentira hacer libres a los hombres? Un hombre cuya idea de la libertad esté basada en una mentira y sea, por tanto, una idea falsa de la li­bertad, ¿puede considerarse que es real­mente libre?
Si hay que dar crédito a lo que se lee, hoy los jóvenes (o, al menos, una parte de ellos) no se sienten libres, sino apre­sados, más aún, exasperados por unas es­tructuras que ellos no han hecho, por una organización en la que ellos no han intervenido. Pero me parece que esto no sucede sólo con los jóvenes; algunos vie­jos (o, si lo preferís, podemos decir ma­yores) tampoco nos encontramos mucho más a gusto en feas y enormes ciudades de cemento y asfalto hechas, acomodadas sobre todo, para el tráfico rodado, llenas de humo, de ruido y de prisas, en una ci­vilización en que la técnica está aplastan­do al hombre y subordinándolo a sus fines. Uno se ve también asfixiado por re­glamentos, ordenanzas, expedientes, trá­mites, papeleo y burocracia. Se compren­de muy bien la evasión de una parte de la juventud que vuelve a una especie de nomadismo campestre: se ha salido de ese mundo hecho de reglamentos, con­vencionalismos petrificados y necesidades inútiles cada vez más numerosas. Pero aunque se sientan más libres, ¿lo son realmente? Ser libre ¿consiste simple­mente en la ausencia de todo lazo, de todo vínculo, que nos ligue a algo?
¿Qué es, en realidad, ser libre? Un hom­bre sin familia por 1a que trabajar, sin patria en la que hundir sus raíces, sin fe que le conforme, sin deberes que le obliguen, sin norma moral que le sujete, sin una verdad objetiva a la que atenerse, sin un amor al que entregarse, sin espe­ranza por la que luchar, sin Dios a quien amar, un hombre así, tan suelto de todo, ¿sería un hombre libre?
No. No lo sería. No sería ni siquiera un verdadero hombre. Sería apenas una es­pecie de cosa sin ninguna humanidad y, desde luego, si hubiera algún hombre en tales condiciones, su vida sería un ver­dadero infierno, un vacío tan espantoso que sólo un estado de inconsciencia po­dría hacer apenas soportable. Un hom­bre así sería lo más parecido a un animal, obligado por su misma vaciedad a asirse a las cosas más elementales para tener algún contacto con la realidad, evitando a todo trance adquirir conciencia de una vida sin contenido, sin finalidad y sin sen­tido.
La libertad no se define por la ausen­cia de todo vínculo, de toda ligadura. No es simplemente una palabra. Es una rea­lidad existente en un mundo de realida­des, de otras realidades de las que no puede prescindir, ni independizarse, por­que ellas también son, y ellas también cuentan. La libertad del hombre tiene un origen que la configura, un objeto al que aplicarse, una finalidad que le da sentido. Prescindir de tales elementos equivale a negarla o a destruirla. Y ser libre no es tampoco ser todopoderoso, hacer todo lo que uno quiere. Uno no puede, aunque quiera, hacer cuanto le pueda apetecer, pero no por eso deja de ser un hombre libre. Siendo, como es, el hombre un ser limitado, ¿cómo podría ser ilimitada la libertad? Por eso, toda limitación, cual­quier limitación, no tiene por qué ser un insulto a la libertad.
Por otra parte, libertad no equivale pro­piamente a independencia. El hombre es libre, pero no es independiente. Necesita de muchas cosas, de otras personas, para vivir, incluso para subsistir. Es un ser real hecho de una forma determinada, y no puede prescindir de ello a no ser que deje de ser hombre, y además hay otros hombres que también son libres y tienen derecho a que su libertad sea respetada. La convivencia implica siempre renun­cias. Lo malo de la palabra libertad es que es una palabra ambigua, al menos en cierto sentido. Si no hay una conformi­dad en el contenido y alcance del con­cepto, toda conversación queda en un diálogo entre sordos, y me temo que al hablar de libertad cada uno la entiende a su modo. Pero de todos estos modos, ¿cuál es el que de verdad responde a lo que auténticamente es la libertad?
Si ser libre no significa ser todopodero­so, ni tampoco independiente (en el sen­tido más radical), entonces ser libre es compatible con la limitación y la depen­dencia. Más aún: la limitación y la de­pendencia son connaturales al hombre por el mero hecho de serlo. Hay que ci­tar aquí, por lo que ilustran el sentido de esta característica, unas palabras de G. Thibon que expresan, un tanto figura­damente, un hecho real. «No podemos ser egoístas, tan sólo podemos ser presas. El avaro se ve devorado por el oro; el liber­tino por la mujer; el santo por Dios.
No está el problema en darnos o rehusar­nos, se trata tan sólo de saber a quién nos damos». Ahora bien: si todo hombre está vinculado a algo, o a alguien, la ca­lidad de la libertad depende de la calidad del vínculo que, al atarle, da la referencia de la elección que el hombre hace. Y ello es así porque la libertad se ejercita en la elección entre dos o más posibilidades por una de las cuales debe decidirse la voluntad, pues no puede estar en suspen­so indefinidamente. Pero no es la volun­tad, ni la libertad, la que conoce entre dos o más posibilidades, sino la razón. La razón es tan fundamental para que la libertad pueda darse que no hay libertad propiamente dicha sino en los seres ra­cionales. No se dice que un irracional, una planta o una piedra, sean seres libres, aunque un perro pueda ir a una parte u otra, o una planta crezca libre­mente. La elección supone ponderación, reflexión, consideración, valoración de las posibilidades entre las que elegir. Cuan­do no hay esto, cuando el pensamiento está ausente, entonces no hay libertad: se trata entonces de apetencia, capricho, instinto, arbitrariedad, impulso, algo que no es racional ni razonable, algo que no es del todo humano.
Y algo de esto es lo que hoy está ocurriendo. Saint Exupery ha sabido expre­sarlo muy bien al escribir en Ciudadela: « Porque se me ha revelado que el hom­bre es semejante en todo a la ciudadela. Destruye los muros para asegurarse la libertad, pero ya es sólo una fortaleza desmantelada y abierta a las estrellas. Entonces comienza la angustia de no ser». Abierta a las estrellas, pero también a cualesquiera vientos, sin abrigo; y tam­bién abierta al asalto de los enemigos, sin defensa. Hoy el hombre, y una parte de la juventud en concreto, ha destruido las murallas que le defendían y aseguraban su integridad frente a las fuerzas des­tructoras. Ha destruido los «mitos», ha terminado con los «tabús». Y en realidad lo que ha destruido, lo que ha aniquilado, es la verdad en nombre de la libertad, y para ser «libre» la ha sustituido por ilu­siones, sueños, optimistas visiones del por­venir, teorías tan brillantes como caren­tes de fundamento.                                                                                             Como bien ha dicho este texto no hay que ser esclavo de dios tampoco ni de nada cada persona tiene un proposito todos somos importantes y estaremos en el seno de dios como nuestra madre nos tuvo en el suyo y como tenemos a nuestros seres queridos ya fallecidos ojala supieramos quien es de verdad dios xq pasan algunas cosas que pasan pero cada persona tiene su propia busqueda y si dios no nos deja ver el camino entero es xq no es el momento pienso yo y voy sacando conclusiones segun mis experiencias .mi conclusion es que la verdad es luz y la luz viene de dios y cuanto mas bueno eres mas luz tienes la oscuridad tambien esta ahi y la frase que mas me gusta que escuche es la que dijo....                                                                                                                                                     Creo que si os animáis a leer en alguna ocasión el capítulo octavo del Evangelio de San Juan podéis pasar un rato verda­deramente delicioso, al menos desde el punto de vista intelectual. No me refiero, claro está, a una simple lectura descuida­da y rápida, sino a una lectura pausada, atenta, hecha sin prisa y con sobra de tiempo para detenerse a reflexionar siem­pre que la ocasión lo requiera, es decir, a menudo. Y, por supuesto, una lectura hecha sin prejuicios, con la mente abier­ta y en disposición receptiva.
Es en ese capítulo donde se lee una afirmación de Jesús, hecha al parecer de pasada, pero que no obstante levantó en vilo a los fariseos, que en ocasiones se mostraban muy susceptibles. He aquí lo que se lee: «Decía, pues, Jesús a los ju­díos que habían creído en El: Si vosotros perseverareis en mi doctrina seréis ver­daderamente discípulos míos, y conoce­réis la verdad, y la verdad os hará libres» (Ioh 8, 31 y 32).
Esta última afirmación fue la que pro­vocó una airada reacción de parte de los oyentes, entablándose una discusión en­tre Jesús y los fariseos. El sentido pro­fundo de esta afirmación del Señor -«la verdad os hará libres»- lo explicó El mismo a lo largo de la discusión, y en términos generales, tal como se despren­de del contexto, se puede entender así: Dios creó al hombre libre; el hombre, inducido a error (pensó que podría ser igual a Dios) por el demonio, «mentiroso y padre de la mentira», cometió pecado, y en el mismo momento perdió su liber­tad, «porque el que comete pecado es es­clavo del pecado». Pero el esclavo no pue­de manumitirse a sí mismo: tiene que ser liberado por alguien con poder suficiente para hacerlo. Ese alguien es el Hijo -que es el camino, la verdad y la vida-: sólo El puede redimir al hombre de su pecado y volverle por la gracia al estado de li­bertad, rotas las ataduras con que el pecado le aprisionaba: «Si él Hijo os diese libertad, seréis realmente libres». Parece que hoy, efectivamente, este te­ma de la libertad está a flor de piel, si hemos de juzgar por el consumo que se hace de la palabra. Y las palabras del Se­ñor son muy sugerentes a este respecto. «La verdad os hará libres». ¿Y la men­tira? ¿Puede la mentira hacer libres a los hombres? Un hombre cuya idea de la libertad esté basada en una mentira y sea, por tanto, una idea falsa de la li­bertad, ¿puede
 considerarse que es real­mente libre?
Si hay que dar crédito a lo que se lee, hoy los jóvenes (o, al menos, una parte de ellos) no se sienten libres, sino apre­sados, más aún, exasperados por unas es­tructuras que ellos no han hecho, por una organización en la que ellos no han intervenido. Pero me parece que esto no sucede sólo con los jóvenes; algunos vie­jos (o, si lo preferís, podemos decir ma­yores) tampoco nos encontramos mucho más a gusto en feas y enormes ciudades de cemento y asfalto hechas, acomodadas sobre todo, para el tráfico rodado, llenas de humo, de ruido y de prisas, en una ci­vilización en que la técnica está aplastan­do al hombre y subordinándolo a sus fines. Uno se ve también asfixiado por re­glamentos, ordenanzas, expedientes, trá­mites, papeleo y burocracia. Se compren­de muy bien la evasión de una parte de la juventud que vuelve a una especie de nomadismo campestre: se ha salido de ese mundo hecho de reglamentos, con­vencionalismos petrificados y necesidades inútiles cada vez más numerosas. Pero aunque se sientan más libres, ¿lo son realmente? Ser libre ¿consiste simple­mente en la ausencia de todo lazo, de todo vínculo, que nos ligue a algo?
¿Qué es, en realidad, ser libre? Un hom­bre sin familia por 1a que trabajar, sin patria en la que hundir sus raíces, sin fe que le conforme, sin deberes que le obliguen, sin norma moral que le sujete, sin una verdad objetiva a la que atenerse, sin un amor al que entregarse, sin espe­ranza por la que luchar, sin Dios a quien amar, un hombre así, tan suelto de todo, ¿sería un hombre libre?
No. No lo sería. No sería ni siquiera un verdadero hombre. Sería apenas una es­pecie de cosa sin ninguna humanidad y, desde luego, si hubiera algún hombre en tales condiciones, su vida sería un ver­dadero infierno, un vacío tan espantoso que sólo un estado de inconsciencia po­dría hacer apenas soportable. Un hom­bre así sería lo más parecido a un animal, obligado por su misma vaciedad a asirse a las cosas más elementales para tener algún contacto con la realidad, evitando a todo trance adquirir conciencia de una vida sin contenido, sin finalidad y sin sen­tido.
La libertad no se define por la ausen­cia de todo vínculo, de toda ligadura. No es simplemente una palabra. Es una rea­lidad existente en un mundo de realida­des, de otras realidades de las que no puede prescindir, ni independizarse, por­que ellas también son, y ellas también cuentan. La libertad del hombre tiene un origen que la configura, un objeto al que aplicarse, una finalidad que le da sentido. Prescindir de tales elementos equivale a negarla o a destruirla. Y ser libre no es tampoco ser todopoderoso, hacer todo lo que uno quiere. Uno no puede, aunque quiera, hacer cuanto le pueda apetecer, pero no por eso deja de ser un hombre libre. Siendo, como es, el hombre un ser limitado, ¿cómo podría ser ilimitada la libertad? Por eso, toda limitación, cual­quier limitación, no tiene por qué ser un insulto a la libertad.
Por otra parte, libertad no equivale pro­piamente a independencia. El hombre es libre, pero no es independiente. Necesita de muchas cosas, de otras personas, para vivir, incluso para subsistir. Es un ser real hecho de una forma determinada, y no puede prescindir de ello a no ser que deje de ser hombre, y además hay otros hombres que también son libres y tienen derecho a que su libertad sea respetada. La convivencia implica siempre renun­cias. Lo malo de la palabra libertad es que es una palabra ambigua, al menos en cierto sentido. Si no hay una conformi­dad en el contenido y alcance del con­cepto, toda conversación queda en un diálogo entre sordos, y me temo que al hablar de libertad cada uno la entiende a su modo. Pero de todos estos modos, ¿cuál es el que de verdad responde a lo que auténticamente es la libertad?
Si ser libre no significa ser todopodero­so, ni tampoco independiente (en el sen­tido más radical), entonces ser libre es compatible con la limitación y la depen­dencia. Más aún: la limitación y la de­pendencia son connaturales al hombre por el mero hecho de serlo. Hay que ci­tar aquí, por lo que ilustran el sentido de esta característica, unas palabras de G. Thibon que expresan, un tanto figura­damente, un hecho real. «No podemos ser egoístas, tan sólo podemos ser presas. El avaro se ve devorado por el oro; el liber­tino por la mujer; el santo por Dios.
No está el problema en darnos o rehusar­nos, se trata tan sólo de saber a quién nos damos». Ahora bien: si todo hombre está vinculado a algo, o a alguien, la ca­lidad de la libertad depende de la calidad del vínculo que, al atarle, da la referencia de la elección que el hombre hace. Y ello es así porque la libertad se ejercita en la elección entre dos o más posibilidades por una de las cuales debe decidirse la voluntad, pues no puede estar en suspen­so indefinidamente. Pero no es la volun­tad, ni la libertad, la que conoce entre dos o más posibilidades, sino la razón. La razón es tan fundamental para que la libertad pueda darse que no hay libertad propiamente dicha sino en los seres ra­cionales. No se dice que un irracional, una planta o una piedra, sean seres libres, aunque un perro pueda ir a una parte u otra, o una planta crezca libre­mente. La elección supone ponderación, reflexión, consideración, valoración de las posibilidades entre las que elegir. Cuan­do no hay esto, cuando el pensamiento está ausente, entonces no hay libertad: se trata entonces de apetencia, capricho, instinto, arbitrariedad, impulso, algo que no es racional ni razonable, algo que no es del todo humano.
Y algo de esto es lo que hoy está ocurriendo. Saint Exupery ha sabido expre­sarlo muy bien al escribir en Ciudadela: « Porque se me ha revelado que el hom­bre es semejante en todo a la ciudadela. Destruye los muros para asegurarse la libertad, pero ya es sólo una fortaleza desmantelada y abierta a las estrellas. Entonces comienza la angustia de no ser». Abierta a las estrellas, pero también a cualesquiera vientos, sin abrigo; y tam­bién abierta al asalto de los enemigos, sin defensa. Hoy el hombre, y una parte de la juventud en concreto, ha destruido las murallas que le defendían y aseguraban su integridad frente a las fuerzas des­tructoras. Ha destruido los «mitos», ha terminado con los «tabús». Y en realidad lo que ha destruido, lo que ha aniquilado, es la verdad en nombre de la libertad, y para ser «libre» la ha sustituido por ilu­siones, sueños, optimistas visiones del por­venir, teorías tan brillantes como caren­tes de fundamento.                                                                                                 Creo que si os animáis a leer en alguna ocasión el capítulo octavo del Evangelio de San Juan podéis pasar un rato verda­deramente delicioso, al menos desde el punto de vista intelectual. No me refiero, claro está, a una simple lectura descuida­da y rápida, sino a una lectura pausada, atenta, hecha sin prisa y con sobra de tiempo para detenerse a reflexionar siem­pre que la ocasión lo requiera, es decir, a menudo. Y, por supuesto, una lectura hecha sin prejuicios, con la mente abier­ta y en disposición receptiva.
Es en ese capítulo donde se lee una afirmación de Jesús, hecha al parecer de pasada, pero que no obstante levantó en vilo a los fariseos, que en ocasiones se mostraban muy susceptibles. He aquí lo que se lee: «Decía, pues, Jesús a los ju­díos que habían creído en El: Si vosotros perseverareis en mi doctrina seréis ver­daderamente discípulos míos, y conoce­réis la verdad, y la verdad os hará libres» (Ioh 8, 31 y 32).
Esta última afirmación fue la que pro­vocó una airada reacción de parte de los oyentes, entablándose una discusión en­tre Jesús y los fariseos. El sentido pro­fundo de esta afirmación del Señor -«la verdad os hará libres»- lo explicó El mismo a lo largo de la discusión, y en términos generales, tal como se despren­de del contexto, se puede entender así: Dios creó al hombre libre; el hombre, inducido a error (pensó que podría ser igual a Dios) por el demonio, «mentiroso y padre de la mentira», cometió pecado, y en el mismo momento perdió su liber­tad, «porque el que comete pecado es es­clavo del pecado». Pero el esclavo no pue­de manumitirse a sí mismo: tiene que ser liberado por alguien con poder suficiente para hacerlo. Ese alguien es el Hijo -que es el camino, la verdad y la vida-: sólo El puede redimir al hombre de su pecado y volverle por la gracia al estado de li­bertad, rotas las ataduras con que el pecado le aprisionaba: «Si él Hijo os diese libertad, seréis realmente libres». Parece que hoy, efectivamente, este te­ma de la libertad está a flor de piel, si hemos de juzgar por el consumo que se hace de la palabra. Y las palabras del Se­ñor son muy sugerentes a este respecto. «La verdad os hará libres». ¿Y la men­tira? ¿Puede la mentira hacer libres a los hombres? Un hombre cuya idea de la libertad esté basada en una mentira y sea, por tanto, una idea falsa de la li­bertad, ¿puede considerarse que es real­mente libre?
Si hay que dar crédito a lo que se lee, hoy los jóvenes (o, al menos, una parte de ellos) no se sienten libres, sino apre­sados, más aún, exasperados por unas es­tructuras que ellos no han hecho, por una organización en la que ellos no han intervenido. Pero me parece que esto no sucede sólo con los jóvenes; algunos vie­jos (o, si lo preferís, podemos decir ma­yores) tampoco nos encontramos mucho más a gusto en feas y enormes ciudades de cemento y asfalto hechas, acomodadas sobre todo, para el tráfico rodado, llenas de humo, de ruido y de prisas, en una ci­vilización en que la técnica está aplastan­do al hombre y subordinándolo a sus fines. Uno se ve también asfixiado por re­glamentos, ordenanzas, expedientes, trá­mites, papeleo y burocracia. Se compren­de muy bien la evasión de una parte de la juventud que vuelve a una especie de nomadismo campestre: se ha salido de ese mundo hecho de reglamentos, con­vencionalismos petrificados y necesidades inútiles cada vez más numerosas. Pero aunque se sientan más libres, ¿lo son realmente? Ser libre ¿consiste simple­mente en la ausencia de todo lazo, de todo vínculo, que nos ligue a algo?
¿Qué es, en realidad, ser libre? Un hom­bre sin familia por 1a que trabajar, sin patria en la que hundir sus raíces, sin fe que le conforme, sin deberes que le obliguen, sin norma moral que le sujete, sin una verdad objetiva a la que atenerse, sin un amor al que entregarse, sin espe­ranza por la que luchar, sin Dios a quien amar, un hombre así, tan suelto de todo, ¿sería un hombre libre?
No. No lo sería. No sería ni siquiera un verdadero hombre. Sería apenas una es­pecie de cosa sin ninguna humanidad y, desde luego, si hubiera algún hombre en tales condiciones, su vida sería un ver­dadero infierno, un vacío tan espantoso que sólo un estado de inconsciencia po­dría hacer apenas soportable. Un hom­bre así sería lo más parecido a un animal, obligado por su misma vaciedad a asirse a las cosas más elementales para tener algún contacto con la realidad, evitando a todo trance adquirir conciencia de una vida sin contenido, sin finalidad y sin sen­tido.
La libertad no se define por la ausen­cia de todo vínculo, de toda ligadura. No es simplemente una palabra. Es una rea­lidad existente en un mundo de realida­des, de otras realidades de las que no puede prescindir, ni independizarse, por­que ellas también son, y ellas también cuentan. La libertad del hombre tiene un origen que la configura, un objeto al que aplicarse, una finalidad que le da sentido. Prescindir de tales elementos equivale a negarla o a destruirla. Y ser libre no es tampoco ser todopoderoso, hacer todo lo que uno quiere. Uno no puede, aunque quiera, hacer cuanto le pueda apetecer, pero no por eso deja de ser un hombre libre. Siendo, como es, el hombre un ser limitado, ¿cómo podría ser ilimitada la libertad? Por eso, toda limitación, cual­quier limitación, no tiene por qué ser un insulto a la libertad.
Por otra parte, libertad no equivale pro­piamente a independencia. El hombre es libre, pero no es independiente. Necesita de muchas cosas, de otras personas, para vivir, incluso para subsistir. Es un ser real hecho de una forma determinada, y no puede prescindir de ello a no ser que deje de ser hombre, y además hay otros hombres que también son libres y tienen derecho a que su libertad sea respetada. La convivencia implica siempre renun­cias. Lo malo de la palabra libertad es que es una palabra ambigua, al menos en cierto sentido. Si no hay una conformi­dad en el contenido y alcance del con­cepto, toda conversación queda en un diálogo entre sordos, y me temo que al hablar de libertad cada uno la entiende a su modo. Pero de todos estos modos, ¿cuál es el que de verdad responde a lo que auténticamente es la libertad?
Si ser libre no significa ser todopodero­so, ni tampoco independiente (en el sen­tido más radical), entonces ser libre es compatible con la limitación y la depen­dencia. Más aún: la limitación y la de­pendencia son connaturales al hombre por el mero hecho de serlo. Hay que ci­tar aquí, por lo que ilustran el sentido de esta característica, unas palabras de G. Thibon que expresan, un tanto figura­damente, un hecho real. «No podemos ser egoístas, tan sólo podemos ser presas. El avaro se ve devorado por el oro; el liber­tino por la mujer; el santo por Dios.
No está el problema en darnos o rehusar­nos, se trata tan sólo de saber a quién nos damos». Ahora bien: si todo hombre está vinculado a algo, o a alguien, la ca­lidad de la libertad depende de la calidad del vínculo que, al atarle, da la referencia de la elección que el hombre hace. Y ello es así porque la libertad se ejercita en la elección entre dos o más posibilidades por una de las cuales debe decidirse la voluntad, pues no puede estar en suspen­so indefinidamente. Pero no es la volun­tad, ni la libertad, la que conoce entre dos o más posibilidades, sino la razón. La razón es tan fundamental para que la libertad pueda darse que no hay libertad propiamente dicha sino en los seres ra­cionales. No se dice que un irracional, una planta o una piedra, sean seres libres, aunque un perro pueda ir a una parte u otra, o una planta crezca libre­mente. La elección supone ponderación, reflexión, consideración, valoración de las posibilidades entre las que elegir. Cuan­do no hay esto, cuando el pensamiento está ausente, entonces no hay libertad: se trata entonces de apetencia, capricho, instinto, arbitrariedad, impulso, algo que no es racional ni razonable, algo que no es del todo humano.
Y algo de esto es lo que hoy está ocurriendo. Saint Exupery ha sabido expre­sarlo muy bien al escribir en Ciudadela: « Porque se me ha revelado que el hom­bre es semejante en todo a la ciudadela. Destruye los muros para asegurarse la libertad, pero ya es sólo una fortaleza desmantelada y abierta a las estrellas. Entonces comienza la angustia de no ser». Abierta a las estrellas, pero también a cualesquiera vientos, sin abrigo; y tam­bién abierta al asalto de los enemigos, sin defensa. Hoy el hombre, y una parte de la juventud en concreto, ha destruido las murallas que le defendían y aseguraban su integridad frente a las fuerzas des­tructoras. Ha destruido los «mitos», ha terminado con los «tabús». Y en realidad lo que ha destruido, lo que ha aniquilado, es la verdad en nombre de la libertad, y para ser «libre» la ha sustituido por ilu­siones, sueños, optimistas visiones del por­venir, teorías tan brillantes como caren­tes de fundamento.

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